LOS TREINTA Y TRES
puis ^VIeliAn J^afinui^
J ea.
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X.OS fiMíur
TREINTA Y TRES
Fallada alia aliam Iriullt.
Una Biiporchorla trao otra.
'ricincNíJio. — Antlria*
acto 4." oBcena fl.'*
MONTEVIDEO
IMPRESORES! C. BECCHI Y COMP.^
218— SAPANdÍ — 2 18
LOS TREINTA Y TRES
Cada aniversario de la Gloriosa Cruzada
de los Treinta y Tres, se publican nó-
minas caprichosas y falsas de los hé-
roes, con supresiones arbitrarias y susti-
tuciones injustificadas.
En diversas circunstancias, bajo nues-
tra firma ó sin ella, hemos rectificado
por la prensa esos errores, sin conse-
guir empero nuestro objeto, ({ue no ha
sido antes, como no es ahora, otro que
el de restablecer la verdad, alterada en
un punto de interés histórico y descono-
cida con mengua de la memoria de me-
6
LUIS MELIÁN LAFINUR
ritorios ciudadanos, desalojados del
puesto de honor que conquistaron con su
esfuerzo, para que aparezcan como per-
tenecientes al glorioso grupo, individuos
que no lo constituyeron, y que usurpan
sin embargo, en el homenaje de la poste-
ridad, un jirón de simpatía y de respeto
que no les corresponde.
Y como si tal injusticia no fuese de suyo
irritante, sucede además que por por-
fía inexplicable, ó no tomarse nadie el
trabajo de una investigación seria con
espíritu realmente crítico é imparcial,
ha revestido la superchería que se hace
al rededor de los Treinta y Tres, un ca-
rácter permanente que hay la necesidad
imperiosa de modificar.
En textos de lectura para las escuelas
aparece equivocada la lista de los héroes.
Hay cinco individuos sustituidos á los
verdaderos, en el «Bosquejo Histórico de
la República», por el Dr. Berra; y pasa lo
propio en la «Historia del Uruguay», por
Víctor Arreguine, y en algunas otras pu-
blicaciones.
Es lamentable también que para la
LOS treinta y tres
7
memoria explicativa del cuadro de nues-
tro gran pintor nacional, personas mal
enteradas y superficiales, le sugiriesen á
nuestro amigo el señor Blanes seis nom-
bres d ^ndivlduos que no fueron de los
Trei nta y Tres ^y es do sentirse igual-
mente que haya indicaciones erradas
en el prolijo y delicadísimo trabajo cali-
gráfico del señor Nin y González alegó-
rico de la República; como ha sido des-
consolador y hasta vergonzoso, que en
pasadas épocas, á favor de complacencias
reprobables, obt uviesei T_pre mios algunos
ilegítimos usufr uctuarios de las glorias
de"lá Tnmdftal cTu^da, y le^^déjas^en to-
davía á sus deudos el provecho de in-
merecidas pensiones.
Pero más deplorable aún que pasados
engaños, explotaciones é injusticias, es
que en la actualidad el monumento que se
alza en la plaza principal de la Florida,
en conmemoración de la~ Independencia,
oste nte en br o nce, esculpidos, como per-
teneciente s á los T reinta y Tres, seis
nómbrés7 nada menos, que no so n los~de
aqitellos intrépidos patriotas.
8
LUIS MELIÁN LAFINUR
Para queá despecho pues, del arte plás-
tico convertido en cómplice de un fraude
histórico, se eleve una protesta documen-
tada en pro de los desheredados de su
parte de gloria, damos á la publicidad
este trabajo, que no tiene originalidad,
nada nuevo, mérito alguno, ni más labor
de carácter personal, que la muy fácil y
simple de la metódica ordenación de ante-
cedentes conocidísimos, pero que disper-
sos en publicaciones diversas, no ofrecen
la utilidad que ahora presentan reunidos y
coordinados para el fin concreto de resta-
blecer la verdad.
Mientras no surja el historiador prepa-
rado y filosófico, que erija á la memoria
de nuestros grandes náüertos el monu-
mento más perdurable que el bronce —
cero perennias (1) — según la frase del
poeta, no dejarán de ser útiles los frag-
mentos ilustrativos de los puntos obscu-
ros de nuestro pasado, ú obscurecidos
intencionalmente por la imbecilidad, el
interés ó. las pasiones.
La nómina verdadera de los Treinta y
Tres es la publicada oficialmente el año
LOS TREINTA Y TRES
9
1888, en la página 1/ del tomo 1.” de la
obra titulada: «Catálogo de la Correspon-
dencia militar del año 1825, arreglada por
la Inspección General de Armas».
Es la que sigue y dice así:
«Los individuos de que se compone la
siguiente lista, pisaron en la margen
oriental del Uruguay para promover la
libertad de la provincia el 19 de Abril
de 182^:
Coronel Comandan-
te en Jefe D. Juan A. Lavalleja.
Mayor
)) Manuel Oribe ( 2 ).
Id.
)) Pablo Zufriategui (3)
Id.
)) Simón del Pino ( 4 ).
Capitán
)) Manuel Lavalleja (5).
Id.
)) Manuel Freire (0).
Id.
» Jacinto Trápani.
Id.
» Gregorio Sanabria.
Teniente
» Manuel Meléndez (7).
Id.
)) A tanasio Sierra.
Id.
)) Santiago Gadea.
Alférez
» Pantaleon Artigas ( 8 ).
Cadete
)) Andrés Spikerman.
Sai-gento
)) Juan Spikerman (9).
Cabo l.°
» Celedonio Rojas.
baqueano
)) Andrés Clieveste.
10
LUIS MELIÁN LAFINUR
Soldado
D. Juan Ortiz.
Id.
)) Ramón Ortiz.
Id.
)) Avelino Miranda.
Id.
)) Carmelo Coimán.
Id.
)) Santiago Nievas.
Id.
)) Miguel Martínez.
Id.
)) Juan Rosas.
Id.
)) Tiburcio Gómez (10).
Id.
)) Ignacio Núñez.
Id.
)) Juan Acosta.
Id.
)) José Leguizamáfc (11).
Id.
)) Francisco Romero.
Id.
» Norberto Ortiz (12).
Id.
)) Luciano Romero.
Id.
» Juaa Arteága(13).
Id.
)) Dionisio Oribe (14), cria-
do de D. Manuel Oribe.
Id.
)) Joaquín Artigas (15),
criado de D. Panta-
león Artigas.
El capitán D. Basilio Araujo ( 16 ) no
vino incorporado á los Treinta y Tres»
pero sí en la misma condición; hizo el
viaje por tierra, pasó el Uruguay, cum-
plió su comisión y se incorporó en la cos-
tad los Treinta y Tres.»
LOS TREINTA Y TRES
11
La nómina que precede, publicada ofi-
cialmente por la Inspección General de
Armas, y tomada de los documentos del
archivo militar del año 1825, basta por sí
sola para restablecer la verdad adultera-
da; pero mayor autoridad cobra cuando,
como lo vamos á demostrar, coincide
con otras tres listas también de intacha-
ble procedencia.
En M^rzo de 1883 (17) habíamos pu-
blicado nosotros la primera revista de Co-
misario del 30 de Abril de 1825, en Jas
páginas 210 y 211 del tomo 4." de los
«Anales del Ateneo del Uruguay»; y ese
documento coincide en todos los apellidos
con la lista publicada cinco años después
oficialmente por la Inspección General de
Armas, como se designaba entonces la
repartición que es hoy el.Estado Mayor
General.
Idéntica nota sobre el capitán Araujo,
á la que registra la lista de la Inspección,
trae también la publicada por nosotros,
yla designación de grados es exactamente
igual en ambas.
La tercera lista concordante con las
12
LUIS MELIÁN LAFINUR
dos anteriores, la publicó D. Wáshington
P. Bermúdez el año 1885 en las páginas
28, 29 y 30 del libro titulado: «Baturrillo
Uruguayo», tomándola, según allí lo in-
dica, de la que insertó el coronel D, Pedro
P. Bermúdez en las notas del acto 3° de
su drama «Un Oriental».
Viene esa lista abonada por las firmas
del general Lavalleja y del coronel Zu-
friategui; establece como las ^os ante-
riores, la mismagerarquí a militar de jefes,
oficiales y clases, y trae también como las
otras, idéntica nota sobre el capitán Ba-
silio Araujo.
Como cuarta lista concordante con las
tres anteriores, lléganos ya el caso de in-
vocar la que publicó en París en 1826, el
traductor francés de la obra titulado; «No-
ticias históricas, políticas y estadísticas de
las Provincias Unidas del Río de la Pla-
ta, con un apéndice sobre la usurpación
de Montevideo por los gobiernos portu-
gués y brasilero» (18).
Se halla esa nómina en la página 518 de
la edición francesa de dicha obra, que se
publicó en castellano, inglés y alemán en
LOS TREINTA Y TRES
13
Londres en 1825, con un apéndice sobre la
usurpación de Montevideo; cuyo apéndice
fué más extenso y documentado en la
edición francesa, por haberse ella dado á
luz, como queda dicho, en 1826, contatos
y documentos remitidos desde el Río de
la Plata sobre la pasada y nombres de
los Treinta y Tres, el Gobierno provi-
sional de la Florida, las batallas del Rin-
cón de Haedo y Sarandí y otros intere-
santes sucesos de la época, referentes á
nuestro país.
La lista remitida á Europa á raíz de los
acontecimientos á que dió lugar la revolu-
ción de 1825, se impone con la misma au-
toridad que las otras ya enumeradas, por
el crédito y la seriedad de la persona que
la envió y porque ni el éxito que en la
convención de paz do 1828 coronó definiti-
vamente la empresa, ni los premios que
hubieren de decretarse más tarde, ni la
importancia después reconocida á la pa-
triótica y azarosa resolución de invadir el
país en tan corto número y cuando era
incierto el destino, suscitaron en los co-
mienzos de la hazaña las ambiciones que
14
LUIS MELIÁN LAFINUR
germinaron una vez concluida la guerra,
y que hicieron que se envidiase y anhela-
se el honor de la jornada, determinando
sustituciones respecto de los muertos, ó
que se suponían tales, ó de los humildes
que no apelarían de semejantes falseda-
des.
No se concibe, por lo tanto, en 1825 el
interés deshonesto que prevaleció poste-
riormente en los cambios injustos y ar-
bitrarios.
Viniendo ya á las listas y pretendidas
comprobaciones que han triunfado hasta
la fecha de la verdad, en diversas obras de
arte y en libros y folletos, debemos decir
que las principales son tres, discordantes
todas ellas y mal avenidas entre sí.
Es la primera una 'lista impresa que
circuló, aunque muy poco, en Montevideo
antes del año 1843 (19).
No es esa lista un documento que pue-
da conceptuarse ni siquiera serio. No
trae pie de imprenta, ni fecha, ni indica
de donde se tomaron los nombres de los
cuales muchos errados, agregándose á
esta falta de antecedentes, la mayor irre-
LOS TREINTA Y TRES
15
gularidad y confusión en grados y gerar-
quías, clasificando, verbigracia, de simples
vecinos al capitán Sanabria y al teniente
Gadea.
La segunda lista corriente y que es la
que acepta el Dr. Berra, la formó el res-
petable ciudadano D. Luis Ceferino de la
Torre, con el auxilio de los principales je-
fes, según dice aquel historiador, con refe-
rencia á una afirmación que atribuye al
propio señor de la Torre.
Examinemos este punto. Entre los
Treinta y Tres no había más que cuatro
jefes: el coronel Lavalleja, y los sargen-
tos mayores D. Manuel Oribe, D. Pablo
Zufriategui y D. Simón del Pino.
¿Qué jefes han certificado la lista del
señor de la Torre?
¿El coronel Lavalleja? Puede ser; pero
certificó también la del señor Bermúdez.
¿El mayor Zufriategui? No lo creemos;
pero de igual modo que el coronel La-
valleja certificó la lista del señor Ber-
múdez.
¿El mayor Oribe? Es posible; pero, co-
mo luego se verá, el mayor Oribe ha abo-
16
LUIS MELIÁN LAFINUR
nado también una lista diferente á la del
señor de la Torre.
¿El mayor Simón del Pino;? Jamás en
nuestras investigaciones históricas lie-
mos encontrado ni en impresos ni en autó-
grafos, el nombre de ese jefe atestiguando
nada sobre los Treinta y Tres.
Colocada la cuestión en estos términos,
la síntesis es la siguiente: la lista del se-
ñor de la Torre, aun en el concepto hipo-
tético de que esté subscripta por tres de
los cuatro jefes que había entre los Trein-
ta y Tres, carece en absoluto de autori-
dad, porque esos jefes con el mismo puño
y la misma letra han subscripto también
otras listas: Lavalleja y Zufriategui la
exactísima del señor Bermúdez, corrobo-
rada por la oficial del' Estado Mayor Ge-
neral, por la nuestra inserta en los
«Anales del Ateneo» y por la publicada
en Europa en 1826; y el mayor Oribe ha
subscripto la de D. Manuel Rovira,de que
nos ocuparemos más adelante.
Podría suponerse acaso que al referirse
el señor Berra á los jefes que colaboraron
en la lista del señor de la Torre, hable, no
LOS TREINTA Y TRES
17
de los que eran jefes en el momento déla
pasada, sino de los oficiales ó clases que
lo fueron una vez concluida la guerra de
la Independencia.
Pero una lista formulada años después
del suceso á que se refiere, ya sabemos
lo que puede ser, pidiéndole sus autores
esfuerzos á la memoria para que devuel-
va nombres arrebatados en la vorágine y
confusión de tiempos tempestuosos.
Con razón el señor Blanes, en la Me-
moria explicativa de su celebrada tela, al
hablar de las condiciones que ella reque-
ría, dijo: «La primera es la verdad en la
elección, que supone lo verosímil y po-
sible. Era este el lado más esquivo de la
empresa, y fué para mí causa de mu-
chas vacilaciones: además, la crónica no
me servía con certidumbre^ y los recuer-
dos que conocía de boca de algunos acto-
res eran algo confusos para el arte».
Si la crónica y el recuerdo no sirven
para la materialidad de ios hechos, ¿ser-
virán para la evocación más difícil délos
nombres?
Sin el documento auténtico por delante.
18
LUIS MELIÁN LAFINUR
la fisonomía y el detalle nominal de los
que desembarcaron el 19 de Abril en la
Agraciada, bien han podido borrarse
para dar entrada en la memoria de algu-
nos de los Treinta y Tres, á los primeros
individuos que se les incorporaron para
seguir su suerte. Y esto lo decimos en el
concepto de que se quisiera proceder de
buena fe, para dar á cada uno lo suyo;
que si nos remontamos al criterio huma-
no que suele presidir los actos de interés
individual, ó de partido, entonces fácil es
concebir que el furor de la pasión, ó el
cálculo menguado, bien pueden ser cau-
sa, así de ocultación de honores mereci-
dos, como de elevaciones injustificadas.
Preferimos creer y creemos, que en la
lista del señor de la Torre, es el error
sincero el que ha prevalecido.
Sea de ello lo que fuere, un estudio para
aquilatar la verdad de las listas forma-
das años después de la pasada de los
Treinta y Tres, y averiguar cuál fuese
la más fidedigna, por la confrontación de
la clase de los testigos, sólo se explica-
ría en ausencia de listas indiscutibles y
LOS TREINTA Y TRES
19
contestes; pero habiendo cuatro en estas
condiciones, ¿qué objeto tendría una com-
paración y balance del capital de verdad
entre lo que dice la hoja suelta que cita el
Dr. Berra, diferente del contenido de la
lista del señor de la Torre, que á su vez
difiere de la del señor Rovira?
Y ya que á este último señor nombra-
mos, ocupémonos desde luego de su lista.
Así como al Dr. Berra le gustó para
su «Bosquejo» la lista de los «Treinta y
Tres inmortales», como él con justicia
los llama, tomándolos de la nómina del
señor de la Torre, en que hay cinco que
no son inmortales ni fueron de los Trein-
ta y Tres, de igual modo todos los que
hasta ahora se han ocupado en suminis-
trar datos para monumentos y cuadros
y textos de lectura, han encontrado que
una lista que tiene el señor Rovira, es
la más auténtica y adecuada para pro-
clamar urbi et orbe quiénes fueron en rea-
lidad los bravos del 19 de Abril de 1825.
Y sin embargo ¡oh decepción!, la lista
del señor Rovira es la peor de todas, y la
más errónea, porque tiene seis nombres
20
LUIS MELIÁN LAFINUR
que nó son los de los verdaderos héroes;
y es inexacta en los grados; y es la que
menos autoridad reviste, como va á verse.
Está esa lista subscripta por el general
Lavalleja y por D. Manuel Oribe; y no es
más que una copia legalizada, según la
confrontación que hemos hecho, de la
que ambos jefes, por favoritismos del mo-
mento, formularon el 28 de Julio de 1830
y pasaron al Ministerio de la Guerra
para que á su vez la remitiese á la Conta-
duría, á fin de que los Treinta y Tres
personalmente, ó los herederos de los fa-
llecidos, recibiesen el premio acordado
por la ley del 14 del mismo mes y año.
Transcripta de «El Siglo» la reproduji-
mos nosotros en 1883 en los «Anales del
Ateneo», casi sin comentarios, en un ar-
tículo que no tenía más objeto que demos-
trar, como conseguimos demostrarlo aca-
badamente, que tal nómina, entre otros
errores, tenía el de excluir á Tiburcio
Gómez.
Pero, desde luego habríamos podido
preguntar entonces, como preguntamos
ahora, ¿existiendo como existe una lista
LOS TREINTA Y TRES
21
auténtica, original del año 1825, por qué
el año 1830 se prescindió de ella, archiva-
da como estaba y está en el Estado Ma-
yor General, para formar otra nueva evo-
cando su memoria los señores Lava-
lleja y Oribe?
¿Qué sucedió? Pues, sencillamente, que
se equivocaron ambos en nombres y ge-
rarquías militares, al extremo de llegar el
error hasta el grado atribuido al señor
Oribe, suponiéndosele teniente coronel,
cuando no era más que sargento mayor
al pisar el suelo de la patria con sus
treinta y dos compañeros, como bien lo
sabía el general Lavalleja, que en ese
punto se olvidó también de la verdad; si
bien rectificó incidentalmente más tarde
ese error cuando en su conocida «Expo-
sición» sobre los sucesos de 1832, publica-
da en Buenos Airesen 1833, dijo, en la nota
de la página 4, lo que sigue: «Cuando tomé
prisionero en 1825 al general Rivera, se le
halló en su cartera una autorización para
que ofreciese mil pesos al que le entre-
gase mi cabeza, y otros mil al que pre-
sentase la del entonces mayor y ahora ge-
22
LUIS MELIÁN LAFFNUR
neral Oribe. Jefes existen á quienes co-
misionó al efecto, y que miraron tal
encargo con el horror y desprecio que él
naturalmente inspira».
Prescindiendo ya de esa falsedad de
convertir en teniente coronel á un sar-
gento mayor, por el interés personal del
agraciado, examinemos ahora con entera
despreocupación ante el Tribunal de la
buena fe y el buen sentido, el dicho de
esos dos señores en el juicio de tachas
que les abrimos para desautorizar su tes-
timonio de 1830, con la deposición de tes-
tigos que ambos tienen que acatar silen-
ciosos, pues vamos á anularles su dicho,,
nada menos que con el dicho de ell.s
mismos.
-Empecemos por el general Lavalleja.
¿Ha subscripto la lista del señor Rovira?
Bien está; pero ha subscripto también la
del coronel Bermúdez, ¡que es diferente!
¿Cabe que pueda decir el señor Rovira
en defensa de su lista, que el general La-
valleja se equivocó en la última y nó en
la primera?
No cabe; por dos razones de incontras-
LOS TREINTA Y TRES
23
table fuerza. Es la una, que la lista del se-
ñor Bermúclez concuerda con otras tres
listas auténticas, mientras que la copia
del señor Rovira no concuerda ni con lis-
tas apócrifas siquiera; y es la segunda ra-
zón, que la lista del coronel Bermúdez
lleva, además de la de Lavalleja, la fir-
ma del coronel Zufriategui, el
cual no ha subscripto listas distintas en
nombres y grados como el general La-
valleja, ni ha incidido en la superchería,
en que, como se verá luego, •incurrió
D. Manuel Oribe en la nómina que tiene
el señor Rovira.
Descartado y anulado por lo que deja-
mos expuesto el testimonio del general
Lavalleja en la precitada lista, queda re-
ducida la autoridad de la misma á la que
pueda prestársele á la firma del señor
Oribe.
Y prescindiendo del aforismo latino
de unas testes, nidias tcstis, oponemos al
testimonio de Oribe, el testimonio del
coronel Zufriategui, que, testigo por tes-
tigo, vale tanto como su compañero de
armas de 1825, porque tenía entre los
24
LUIS MELIÁN LAFINUR
Treinta y Tres el mismo grado y ob-
tuvo los mismos ascensos, y fué á la
conclusión de la guerra de la Indepen-
dencia del Brasil, coronel como lo fué el
señor Oribe.
Pero si, por los motivos aducidos, cabe
la presunción de que ambos pudiesen
estar igualmente bien informados, y que
el testimonio del uno valiese tanto como
el del otro, un deber de lealtad nos obli-
ga á reconocer sin embargo, que, como
testimonio personal, el del coronel Zu-
friategui vale mucho más que el de
D. Manuel Oribe, no sólo porque la lista
Subscripta por aquel coronel está de
acuerdo con las otras tres, que hemos
presentado como indiscutibles, sino tam-
bién porque el coronel" Zufriategui no se
puso jamás en contradicción consigo mis-
mo, como le sucedió á D. Manuel Oribe.
En efecto: en la lista del señor Rovira,
reducida ya á reposar tan sólo sobre el
testimonio individual del jefe últimamente
nombrado, se omite á Tiburcio Gómez.
¿Por qué esa omisión? ¿Por ignorancia?
¿por error? Nada de eso: se omitió por-
LOS TREINTA Y TRES
25
que quiso omitirse, porque quiso come-
terse en él una injuslicia.
Nadie sabía mejor que don Manuel
Oribe, que Tiburcio Gómez era uno de los
Treinta y Tres.
Bajo sus órdenes servía en el sitio de
Montevideo, cuando fué tomado prisio-'
ñero por las tropas brasileras de Ja ciu-
dad. A la conclusión de la guerra, ha-
llándose libre, se presentó á las auto-
ridades del país, y es el mismo coronel
Oribe, quien, en un informe al Ministerio
de la Guerra, que poseemos original de
su puño ij letra^ reconoce en los siguientei^
términos bajo su firma, que Gómez lué
uno de los de la Cruzada, y que en
el Estado Mayor General existía la pri-
mera lista de revista que consignaba su
nombre.
He aquí el informe;
«Excmo. Sr.: En el número de los
Treinta y Ti*es individuos que en Abril
de 1825 se trasladaron á este territorio
con el designio de libertiarlo, concurrió
un individuo nombrado Tiburcio Gónie^,
26
LUIS MELIÁN LAFINUR
quien tuvo la desgracia de caer prisio-
nero por las fuerzas enemigas, asediando
esta plaza el informante.
En el E. M. G. existe ia primera lista
que se pasó á todos los individuos de
aquella empresa y se encuentra en ella
consignado dicho nombre.
Montevideo, Octubre 20 de 1831.
Manual Oribe.))
Sabiendo, como sabía el entonces co-
ronel Oribe, que Gómez era uno de los
Treinta y Tres, y conociendo la pri-
mera lista existente en el Estado Ma-
yor General, que es la publicada en 1888
por la Inspección General de Armas,
¿qué grado de veracidad puede atribuír-
sele á la nómina en que comete dicho
coronel la superchería de sustituir á Ti-
burcio Gómez por otro individuo y se
declara él teniente coronel, cuando no
era más que sargento mayor?
Si D. Manuel Oribe, por razón injusti-
ficable, suprimió uno de los Treinta y
LOS TREINTA Y TRES
27
Tres, de la nómina en poder del señor
Rovira, ¿qué argumento se haría para
sostener que los otros cinco sustituidos
en dicha nómina, no lo fueron también
por razones igualmente injustificables?
Nunca podría prevalecer el testimonio
de una sola persona contra un cúmulo
de antecedentes como el que hemos in-
vocado, presentando cuatro listas con-
formes de los Treinta y Tres, una de
las cuales, la publicada por la Inspec-
ción General de Armas, reviste el ca-
rácter de instrumento público, contra el
que no cabe impugnación testimonial, y
mucho menos la de un solo testigo,
pero ¿qué decir cuando á ese testigo único
se le demuestra que ha falseado la ver-
dad á sabiendas?
Explicada y comprobada la deficiencia
de informes con que en monumentos, cua-
dros y libros se ha procedido respecto
de los verdaderos Treinta y Tres, no
queda más que hacer que concluir con
la injusticia determinada por aquella de-
ficiencia, y repararla desde luego con un
acto serio, hasta para evitar una sitúa-
28
LUIS MELIÁN LAFINUR
ción tan ridicula como la que resulta, de
que una lista de los héroes, oficial y au-
téntica, existente en el Estado Mayor
General, se desatienda, para tomar en
cuenta papeles contradictorios, que, como
se ha visto, no tienen más origen que
favoritismos é informalidades.
NOTAS
(1) Con razón que le sobraba dijo Horacio,
que no es el de metal el más perdurable mo-
numento.
De las chapas de bronce que en el de la
Florida indican quiénes fueron los Treinta y
Tres, ha desaparecido ya más de una, sin que
se haya preocupado nadie, que sepamos, de su
renovación, hasta la fecha.
Puede bien suceder que providencialmente
hayan caído las de los nombres sofisticados, y
entonces convendría que si alguna vez se re-
nuevan, revista ese detalle caracteres de re-
paración nacional: suum cuique tribuendi.
30
LUIS MELTÁN LAFINÜR
(2) Cuando el 19 de Abril de 1825 piso don
Manuel Oribe el suelo de la patria, no era más
que sargento mayor, como lo consignan clara-
mente las listas auténticas que nos han ser-
vido en el presente estudio, y lo dice el general
Lavalleja en su «Exposición», de 1833, citada
en el texto; pero de algún tiempo á esta parte,
han dado en ascenderlo á teniente coronel
retrospectivamente, suponiéndolo con ese gra-
do ya en el momento de la pasada al territorio
de la patria, los que creen, ó finjen creer, en la
lista del señor Rovira.
Son los tales más realistas que el rey, y
sobrepujan en honor de D. Manuel, á sus más
exaltados admiradores, que, aun en los trans-
portes de un entusiasmo hiperbólico y frenético,
nunca llegaron á tamaños excesos, ni á seme-
jante prodigalidad de grados.
Así, por ejemplo, D. José Pedro Pintos, un
idólatra de Oribe, que publicó en 1859 eí «Elo-
gio histórico desús hechos», con presencia de
su foja de servicios, que cita varias veces, como
puede verse en las páginas 29 y 36 de dicho
«Elogio», lo deja en su grado real y positivo,
diciendo en la página 21 : «El sargento mayor
D. Manuel Oribe fué el primero, etc., etc.», y
en la página 27, agrega: «Ya hemos dicho que
Oribe no era más que sargento mayor cuando
LOS TREINTA Y TRES
31
los Treinta y Tres pisaron en su país; pero en
las órdenes generales del ejército, una de las
primeras promociones que vemos fué la suya».
Y decimos, que exceder á Pintos en entusias-
mo, es ser mas realista que el rey, porque ese
señor Pintos al hacer el «Elogio Histórico», se
detiene y mide su pequeñez «ante una figura
militar digna de Plutarco»; pide disculpas poi'su
osadía en substituir á ese biógrafo griego; iguala
á su ídolo con cuanto varón ilustre ha encon-
trado amano, desde Alejandro hasta Wáshing-
ton; atribuye á Oribe la existencia de la Re-
pública, bien que eso si, en sociedad con Artigas;
y reconociéndolo á la par de los héroes de la
Iliada y la Odisea, lo considera sin embargo —
página 23, — «más legal que aquellos ! ...»
Por lo que se ve, ganas no le habrían faltado
á Pintos, no ya de hacer teniente coronel á
Oribe sino generalísimo; pero la verdad es que
su libro, á vuelta de muchas extravagancias y
ridiculeces, y aun desatinos, tiene regularmente
bien documentada la parte que se refiere á los
ascensos del personaje historiado ; y de ahí que
no pudiese otorgarle los grados que le conceden
otros admiradores que hablan de lo que no
saben.
Sin la documentación, pues, que le ató las
manos, el ascenso á teniente coronel habría
32
LUIS MELIÁN LAFINUR
sido muy agradable para el señor Pintos, que á
su «Elogio Histórico» hizo que subsiguiese una
especie de enciclopedia oribista, en que insertó
cuanto en vida y muerte se dijo en encomio de
D Manuel; al extremo de que extrañamos
sobremanera, que teniendo, como tiene su libro,
una parte poética bastante amena, que empieza
en la página 138, dejase escapar una composi-
ción «Al triunfo y restauración de las leyes, etc.,
etc.,» que circuló profusamente en hoja suelta
en Noviembre de 1832, y se publicó también,
dentro de su correspondiente elegantísima orla
decorativa, en el número 986 de «El Univer-
sal», para celebrar la derrota de Lavalleja; en
cuyo himno ardiente y belicoso, después del
siguiente verso:
«Nuevo Alcides Rivera inmortal»,
se recompensan las hazaña^ del otro restaurador
de las leyes, con esta estrofa:
«Cual de Palas la egida tremenda
Petrifica de espanto y horror,
Así tiemblan, al ver, azorados.
De un Oribe el dorado morrión.»
Pero lo que habría sido natural y lógico en
la exaltada y fogosa mente de Pintos, es apenas
un rasgo de puerilidad en los que no compren-
LOS TREINTA Y TRES
33
den que, el ser teniente coronel unos meses an-
tes ó después, nada le da ni le quita á un hom-
bre de guerra como Oribe, que valia por su
temple y aptitudes militares, y nó por el grado
* que hubiese tenido éntrelos Treinta y Tres.
No se dan cuenta además, de que si Oribe hu-
biese sido ya teniente coronel y nó sargento
mayor únicamente, cuando invadió su patria el
19 de Abril, resultaría que en toda la guerra
de la Independencia, no tuvo más que un solo
ascenso, habiendo salido de ella como salió de
coronel, lo cual determinarla, por lo tanto, que
fué objeto de una postergación respecto de los
sargentos mayores que como Zufriategui,y otros,
ostentaban insignias de coroneles por haber
tenido durante la lucha la efectividad de dos
ascensos, y respecto de ios capitanes que, como
D. Leonardo Olivera, D. Manuel Lavalleja, y
muchos más, tuvieron tres ascensos, llegando
también á coroneles al concluirse la guerra.
Pretendiendo, pues, elevarlo, antes bien lo
deprimen, poniéndolo al final de la guerra de la
Independencia alcanzando un solo ascenso
cuando otros obtenían dos y tres.
De coronel siguió algunos años D. Manuel
Oribe, y más tiempo habría permanecido en ese
grado, si la ayuda que prestó en favor del Go-
bierno de Rivera, contra la revolución llamada
34
LUIS MELIÁN LAFINUR
de Lavalleja, no le hubiese valido el ascenso á
general con que fue premiado por ese servicio,
según consta del siguiente decreto de D. Luis
Eduardo Pérez:
(( Montevideo, Agosto 14 de 1832.
El Vice-Presidente de la República, en uso de
las facultades que actualmente inviste, ha ve-
nido en nombrar por coronel mayor de los
Ejércitos del Estado, al coronel de caballería
de línea D. Manuel Oribe, en premio de los im-
portantes servicios que ha prestado en la sagra-
da causa del restablecimiento del imperio de las
leyes y de las autoridades constitucionales, de-
rrocadas por el motín de 3 de Julio último; en
su consecuencia, expídasele el correspondiente
despacho y dése conocimiento á quien corres-
ponda. ))
La « sagrada causa » á que se refiere el pre-
cedente decreto, cimentó su victoria con cruel-
dades que acaso no han sido excedidas en epi-
sodios más recientes, que los partidos tradicio-
nales suelen reciprocamente echarse en cara.
Hubo de todo en aquel mar de sangre y aquel
lujo de persecuciones: venganzas implacables;
ejecución rencorosa y fría de prisioneros ren-
didos; encarcelamiento de ciudadanos inocentes
como los señores Carlos y Cristóbal Salvañach,
I.OSTIUÍINTA Y TRKS
35
el diputado Auavitarto y muchos otros; despojos
brutales, do los que uno solo, andando ol tiompo,
fue indemnizado por ol fisco con medio millÓQ
do posos, y coiífiscacionos que como la do los bie-
nes do dofia Ana Montori*oso, la obligaban á
presontai-so, oso si, dosdo lUionos Aires, para
quo so lo dofinioso ol delito do sor esposa dol
general Lavalloja; todo esto aparto, por supuesto,
de lo quo tantas voces han reproducido después
los gobiernos do partido, hlanroa y colorados;
á sabor; «la amenaza do Hivíira con ol poder
dol lírasil, á los quo protondiosen residenciarlo
por haber infringido la ('¡onstitución », amenaza
quo den anció ol gonei*al Lavalloja al Cuerpo
Legislativo en su comunicaciiui do 11 do Julio,
sobro la baso dol documonto original quo obraba
en sus manos.
Sea do olio lo quo fuero, perdida por falta do
dirección y nervio una revolución quo contó al
principio con poderosos olomontos, y con la opi-
nión pública, espantada anto tos dosórdones y
dosvergiionzas do Rivera, movimiento origina-
llsimo, quo so protexto do quo ora oxclusivamon-
to contra el Presidente do la República, no se
unificaba on la acción y so somotia al Cuerpo
Legislativo, al cual so diidgian todos sus jofoa
militaros, ol bocho os quo, ol usufructuario dol
triunfo, fue D. Manuel Oribo, al quo la «sagrada
36
LUIS MELIÁN LAFINUR
causa» del principio de autoridad, representada
por los escándalos y malversaciones de Rivera,
le valió por lo pronto el grado de coronel ma-
yor, y un « inmenso tributo de gratitud», y una
«digna recomendación» de ese caudillo, en nota
de 12 de Octubre de 1832(1), más tarde el Mi-
nisterio de la Guerra, su elevación a Brigadier
después, y por fin laPresidencia de la República,
parala cual fué unánimemente votado por las Cá-
maras que á ese efecto propició el mismo Rivera.
Es lástima que once años después de sus
amores constitucionales de 1832, se olvidase
D. Manuel Oribe de la «sagrada causa del
principio de autoridad», cuando en seguida de
cometer horrores inenarrables por cuenta del
tirano Rosas en las provincias argentinas,
vino á asolar su pais con la ayuda de ese
monstruo, á cuyas órdenes fué siempre ruin
y criminalmente dócil, iiasta que, colmada la
medida de la sumisión, se vió abandonado de
(1) Estas galanterías fueron más tarde generosamente retri-
buidas por Oribe, el cual aprovechando una ausencia de
Jtivera le decreto una espada de honor, «con letrero en la
guarnición,» sin perjuicio de proponer á la Asamblea «el
premio y distinciones con que á juicio del mismo gobierno
debe ser condecorado aquel benemérito jefe.» El decreto con
recuerdos del año 1£(32 y otras cosas, es de 4 de Noviembre
de 1834 y está subscripto por D. Carlos Anaya, en ejercicio
de la Presidencia de la República, y don Manuel Oribe como
Ministro de la Guerra.
LOS TREINTA Y TRES
37
SUS jefes y partidarios, que en 1851, volvieron
por sus fueros de ciudadanos.
Otra invención de los adoradores de D. Ma-
nuel, es que^ habiendo dado vuelta cara en la
batalla de Ituzaingo el regimiento de caballe-
ría N.* 9, que él mandaba, se arrancó las cha-
rreteras, diciendo: «Que no llevarla aquellas
insignias que acababan de degradar soldados
cobardes como los que en aquel momento lo de-
jaban solo en el campo de batalla». («Elogio
Histórico» citado, página 34).
¿Cómo documenta Pintos esta patraña tan
indigna y vergonzosa para el regimiento N.° 9?
Pues con un candoroso: «cuéntase que en la
batalla de Ituzaingó, etc., etc.»
El «cuéntase» del pobre Pintos, al primero
que se le hizo substancia fué al Dr. Berra, que
lo repitió como si nada importase el honor del
ejército, cambiando, eso si, el «cuéntase», por el
equivalente de «sabemos por uno de los actores
de aquel tiempo, etc., etc. » Verdad es que
el Dr. Berra salió con eso en la primera edición
del «Bosquejo Histórico», un librito imposible,
impreso en 186G, cuando el autor, según lo dijo
después, «no contaba dos decenios de edad.»
Desde la segunda edición inclusive en ade-
lante, de.saparece del «Bosquejo» el episodio
de las charreteras, con la confesión, cuando sale
38
LUIS MELIÁN LAFINUa
el libro por tercera vez á luz en 1881, de que
«la obrila era defectuosa»; y tanto, agregare-
mos, que no presagiaba el importante trabajo
dado á la publicidad este año como 4.® edición,
y que, tanto como á su autor honra á la litera-
tura histórica del Rio de la Plata.
Vuelto el Dr. Berra sobre sus pasos, no queda
más autoridad para el episodio de las charre-
teras, que el «cuéntase» de Pintos.
Y aquí se tiene la obra de partido en acción,
para deprimir un cuerpo del ejército en bene-
ficio de la gloria de un hombre; y, como siem-
pre, sin necesidad, pues para acreditarse de
bravo, no le era menester á Oribe que se ca-
lumniase á los cuatrocientos veteranos que
mandaba, y se les exhibiese inferiores á los
demás regimientos y escuadrones que no die-
ron por miedo vuelta cara en Ituzaingó, ni va-
cilaron un momento en 'la carga á la voz de
sus jefes.
Pero, felizmente, el hecho es falso. El regi-
miento N.® 9, era uno de los más aguerridos y
sólidos cuerpos del ejército en la campaña del
Brasil; era el regimiento de Dragones Liberta-
dores que D. Manuel Oribe mandaba desde
Septiembre de 1825, y que por razones de me-
jor servicio hizo el general Alvear que se de-
signase con el N.° 9. Su jefe lo había conducido
LOS TREINTA Y TRES
39
á la victoria en la batalla de Sarandi y en cien
combates homéricos; en disciplina no le ganaba
ningún cuerpo; era selecta su oficialidad, y,
merced al empuje de sus soldados, mereció, el
jefe de tal regimiento, ser citado honrosamente
en más de una orden del dia.
jY es ese regimiento igual si no superior
por sus antecedentes y por todos conceptos, á
los demás cuerpos de caballería que improvisó
rápidamente Alvear para su gloriosa campaña,
al que se elije tan luego para ridiculizarlo,
exhibiéndolo asustado ante el enemigo y obli •
gando á su jefe á un acto de desesperación
para volverlo al fuego ! . . . ¡ Qué torpísima
invención!
Lo que sucedió en la batalla de Ituzaingó
con los soldados del regimiento N.® 9, fué lo que
sucedió, más ó menos, con todos los cuerpos de
caballería destinados á estrellarse contra masas
de artillería é infantería, que se vieron rechaza-
dos y contenidos por los fuegos enemigos, es-
pecialmente de la infantería austríaca; pero á
la voz de sus jefes y oficiales, se replegaban,
evolucionaban y se rehacían para volverá la
carga mientras la orden de cargar subsistía y
el enemigo no cedía, como cedió, al fin, el
campo; todo lo cual está dentro del modo de
ser natural délas batallas, y de las contingencias
40
LUIS MELIÁN LAFINUR
á que está sujeta la caballería, y no significa
vacilación ni falta de denuedo, ni mucho menos
dar vuelta cara para huir. Por el contrario, re-
velan su valor y disciplina, tropas que, diezma-
das, evolucionan como en día de parada á la
voz de sus jefes, y se repliegan ordenada-
mente y se rehacen y atacan, cuantas veces se
las lleve á ser quemadas y barridas por el fue-
go de la metralla y fusilería enemigas.
Los otros cuerpos de caballería que tuvieron
la tarea más fácil de pelear contra soldados de
su misma arma, claro está que no necesitaron
replegarse ni rehacerse, desde que para ellos
todas eran floi’es, según se desprende del parte
oficial del propio Marqués de Barbacena, en di-
versos párrafos, y especialmente cuando dice:
«O marechal Baráo de Cerro-Largo fazia a
vanguardia con huma brigada de 560 homens,
por elle escolhidos, é, segundo sua expressao,
todos de facer pé. Longe porem de facer pé, á
menor resistencia á quatro escuadróos inimigos,
fugirao sem dar un tiro, ou tirar pella espada,
é em tal debandada, que causaran alguma de-
sorden no 5.* regimentó, destinao á susten-
tarlos, é serian cabido sobre o cuadrado dos ba-
tallóos 13 é 18, se nao fizessen fogo sobre ellos.»
Por lo demás, si hubiese sido cierto que el
Regimiento N.® 9 se desbandó ante el enemigo
LOS TREINTA Y TRES
41
y sólo volvió por su honor merced á un acto
más ó menos teatral, pero de indiscutible efecto
sobre la tropa, bien merecía tal acto de eficiente
energía personal, una mención que brilla por
su ausencia en el parte oficial de la batalla, en
que el general Alvear sólo nombra al coronel
Oribe englobándolo con varios guerreros, y sin
ninguna referencia especial, que tiene para
otros jefes uruguayos, como Alegre, Olivera,
Gómez y -vledina, citados por los episodios del
dia en que tuvieron feliz participación.
Y todavía podemos agregar, que, si en la
premura con que se redactó el parte, pudo esca-
parse el donoso episodio de las charreteras, no
cabe tal circunstancia en el «Boletín del Ejér-
cito Republicano», en que dia por día se ano-
taban los sucesos de algún interéf, y, desde
luego, todo í los queso referían al crédito per-
sonal de los jefes; y algunos hechos hemos visto
recordados, de menos importancia que la que
tendría el episodio del coronel Oribe si fuese
cierto.
Por hostilidad personal tampoco podría expli-
carse la omisión, en una hoja redactada por el
general Mansilla con la ayuda del entonces te-
niente coronel y después general uruguayo don
Pedro Lenguas, íntimo amigo de D. Manuel
Oribe. En pruebade no existir tal hosti lidad, véase
42
LUIS MELIÁN LAFINUR
el Boletín N.® 8, que empieza el 15 de Abril y
llega al 20 del mismo mes, y está en gran parte
consagrado á una operación de éxito sa-
tisfactorio sobre Bagé, encomendada al coronel
Oribe con cien hombres.
Entre tanto el Boletín N.® 5, que abraza desde
el 12 de Febrero hasta el 26 del mismo mes, y
que comj rende todo lo que acaeció en la batalla,
lo que la precedió, y lo que sucedió después,
nada cuenta del «cuéntase » de Pintos.
Las muchas memorias y apuntes publicados
por actores en Ituzaingó, anecdóticas como son
por su género, silencian un episodio que en
ellas estarla en su verdadero lugar. Lo calla
también el «Catálogo de la Correspondencia Mili-
tar», publicado por la Inspección General de
Armas, á pesar de que en la introducción al
2.0 tomo se hacen los mayores elogios de la
conducta militar de D. Manuel Oribe y se re-
cuerdan algunos de sus hechos. Los periódicos
de la época nada dicen tampoco; y bien pudo
hacer alguna referencia el « Eco Oriental », que
apareció en Canelones en el mismo mes de Fe-
brero de 1827, como pudo el épico cantor de la
batalla, pues era el caso tentador para su numen,
arrancar del bronce de su lira un eco que li-
brase á la posteridad perenne testimonio de la
LOS TREINTA Y TRES
43
hazaña, en vez del recuerdo que honra modes-
tamente en esta estrofa:
«Y lú, también, incontrastable Oribe,
El debido tributo de alabanza
De la justicia y la amistad recibe». (1)
Y para concluir j’a, sobre este punto, diremos:
que, menos explicable aun que en Yarela seria el
olvido en D. Manuel de Araucho, actor en Itu-
zaingó, que le dedica á Oribe, en 1835, su « Paso
en el Pindó»: un tomo entero de poesías en que
hasta acrósticos le compone.
Agotada casi la materia con lo que dejamos
expuesto y documentado, podría, empero, bus-
cársele otra faz al asunto, para preguntar: ¿pero
llevaba D. Manuel Oribe charreteras en la ba-
talla de Ituzaingü?
El espíritu analítico de Taine (2), le censura
á Tito Livio su desdén por los detalles de cocina,
que muchas veces son decisivos y excusan
mayores investigaciones, como que con una
cuenta de cocina por peniques, corto Carlyle una
(V Tomamos estos tres versos de las primeras ediciones
del célebre canto de D. Juan Cruz Varela. Posteriormente fué
modificado y dichos versos suprimidos. Sin embargo, en la
afamada antología, que con el título de «América Poética»
publicó en Valparaíso D.Juan María Gutiérrez en 1846, viene
todavía la composición con los tres versos citados.
(2 Taine «Essai sur Tite Live», cinquiéme edition, page72.
44
LUIS MELIÁN LAFINUR
discusión sobre si había estado ó no en Ingla-
terra cierto personaje histórico.
No es esto más que una coincidencia, puesto
que, la frase «detalles de cocina», no constituye,
como se comprende, para el gran historiador y
filósofo positivista, una noción concreta, que en
si misma carecería de sentido, sino una gene-
ralización respecto del dato vulgarísimo, pero
fidedigno y útil, que se adquiere fuera de la so-
lemnidad del documento oficial, ó de la tradi-
ción, aceptada con ligereza y sin beneficio de
inventario.
Cabe, por lo tanto, después de todo, y á mayor
abundamiento, llevar ahora la cuestión á la
materialidad de los hombros del coronel Oribe,
para demostrar que no podía arrancarse de
ellos lo que en ellos no existía; y asi llegaremos
duna negación contundente, y tanto, como la
afirmación de Carlyle.
El uso de charreteras, es notorio que sólo
corresponde al uniforme llamado de gala, ó,
vulgarmente, de parada; y es sabido que, el día
de batalla, suelen darse los ejércitos el lujo de
usar tal clase de uniforme; pero no á todos los
ejércitos, armados y equipados rápidamente en
medio á una guerra que estalla antes del tiempo
calculado, ó levantados por un país en penurias
financieras, se suministi*an vestuarios deslum-
LOS TREINTA Y TRES
45
brantes para recargar los bagajes, sin más fin
que el adorno y mejor aspecto de la tropa en
determinado momento; y gracias, por consi-
guiente, si se les dota de un uniforme de dia-
rio, según la estación.
No hemos encontrado el documento que re-
vele que, en la batalla de Ituzaingó, estuvie-
sen los cuerpos vestidos de gala; y hemos ha-
llado, por el contrario, múltiples datos que nos
conducen á afirmar que estaban precariamente
provistos de ropa, y que era penosa la situa-
ción del Gobierno que los equipaba.
El Dr. Berra dice, en su «Bosquejo Histórico»
— página 605, — que el general Alvear pasó en
el Arroyo Grande una revista, formados de
«gran parada» dos de los tres cuerpos en que
dividió el ejército. En tal clase de revistas
cabe, ciertamente, dentro de la ordenanza, el
traje de gala. Pero el Dr. Berra, cuya obra en
su última edición resulta notabilísima por
más de un concepto, es escritor de una defi-
ciencia deplorable en materias militares, á
cuyo tecnicismo es completamente ajeno, sin
prometer en ese punto ni siquiera un me-
diano discípulo de Thiers.
Bien puede, pues, haberse equivocado en la
«formación de gran parada», de igual modo
que le llama «partida», á la columna de qui-
46
LUIS MELIÁN LAFiNUa
nieatos hombres que derrotó D. Manuel Oribe
en la acción del Cerro — página 583; «división»,
al regimiento de dragones de D. Servando
Gómez — página 604; «escuadrón de milicias de
la Colonia», á la división formada con las de
ese Departamento — página 604; «grupo de ca-
ballería», al regimiento N.» 8 y el escuadrón
de coraceros, mandados á sorprender el pue-
blo de San Gabriel á las órdenes del coronel
Zufriategui (según lo indica el «Boletin del
ejército), N.® 4)— página 610 del «Bosquejo».
Prescindamos, pues, de atribuirle importancia
á la frase del Dr. Berra, que, por otra parte, no
consta en qué sentido la ha empleado, si es que
le ha dado alguno.
La batalla de Ituzaingó, como se sabe, fué
una sorpresa confesada por el mismo mar-
qués de Barbacena. El general Alvear fingía
huir, y, entre otros ardides, dejaba escapar
algunos prisioneros, para que asi lo hiciesen
creer al enemigo. Un buen día, elegido el te-
rreno, contramarchó, tendió línea al amanecer,
y dió y ganó la batalla.
Pero el uniforme de gala, y la tranquilidad
para vestirlo, y el tiempo en ello invertido,
alejarían el engaño de la «.vergonhosa é pri-
cipitada fúgida'», á que aludió el marqués de
Barbacena en su conocida proclama del 17 de
LOS TREINTA Y TRES
47
Febrero, y habrían inutilizado el ardid de los
prisioneros que se dejaban escapar, para que
dijesen lo que pasaba en el campamento.
Es notorio, además, que el mes de Febrero
de 1827, fue atroz por su calor excesivo, lluvias
y tormentas, en el clima abrumador en que el
ejército republicano operaba; y que el mes de
Enero no había sido más benigno en sus rigo-
res estivales; por lo cual, en su proclama, des-
pués del triunfo, pudo, con justicia, el general
Alvear decirle esto al ejército: «En cincuenta
y cinco días de marchas no habéis tenido uno
solo de descanso; las privaciones que habéis
sufrido son de todo género. Vuestro general
está contento de vuestra conformidad, y de
la frente serena con que habéis soportado todas
las fatigas entre los rayos de un sol abrasador. »
El pesado uniforme de gala, pues, para susti-
tuir al ligerisimo de hilo, en esas circunstancias
y ese clima, no habría hecho más que fatigar é
inutilizar soldados el día de la batalla; y no era
el general Alvear hombre de caer en semejante
error, y darle esa ventaja al enemigo.
Serían estos raciocinios aplicables á la poca
conveniencia de haber vestido de gala, el día de
la batalla, al ejército de la campaña del Brasil;
pero ese ejército no tuvo nunca uniforme de
gala, ni de media gala siquiera, y no fué por la
48
LUIS MELIÁN LAFÍNUR
abundancia del vestuario por lo que se distin-
guió, como va á verse.
Descendido D. Bernardino Rivadavia del
poder, y caído también el Dr. López, que le
sucedió con carácter provisional, el coronel
Borrego, que asumió en seguida el mando de la
República como Gobernador de Buenos Aires,
encargado al mismo tiempo por las demás pro-
vincias del desempeño de las relaciones exte-
riores con amplísimas facultades, inició una
indiscreta y violenta campaña de descrédito
contra los actos de Rivadavia, cayendo, como era
natural, envuelto en la critica, el suceso más
trascendental de la época, que era la guerra
del Brasil, y, como consecuencia, el ejército le-
vantado para sostenerla.
Nombrado el coronel Borrego gobernador el
12 de Agosto de 1827, pasó el 20 del mismo
mes una circular á los demás gobernadores de
provincias. Era el documento una especie de
programa administrativo, á la vez que una im-
placable censura al gobierno presidencial de
Rivadavia; y se lee en la susodicha circular lo
siguiente: «Cuando se echaba la vista al valiente
y virtuoso ejército de operaciones en las fron-
teras del Brasil, se contempla al soldado des-
nudo, impagado; la fuerza en considerable
baja, etc., etc.
LOS TREINTA Y TRES
49
Transcurrido apenas poco más de un mes de
esa circular, envía el coronel Borrego su pri-
mer mensaje á la Cámara de Representantes el
14 de Septiembre; y es ese mensaje un verda-
dero proceso , en que, por lo que respecta al
ejército del Brasil, se expresa asi: «Encuentra
el gobierno que aquel ejército no estaba asistido
de pagas sino hasta el mes de Enero de este
año; encuentra más : que todos los individuos
del ejército estaban en un estado lastimoso de
desnudez, y sufriendo privaciones de todo gé-
nero».
La contestación no se hizo esperar; y aparte
de la «Exposición» del general Alvear, y con
el titulo de «Respuesta al Mensaje», apareció,
el 24 del mismo mes, un folleto de combate, en
que uno por uno se consideraban los cargos
formulados por el coronel Borrego.
El ejército se hallaba en lastimoso estado de
desnudez. «Como debía suceder — dice el
folleto en la página 28 — después de tantas
marchas y acciones, etc., etc.» Se confiesa, pues,
el cargo; y para atenuarlo, en la página 29, y
en una nota de cierta estudiada vaguedad, des-
pués de manifestarse la carencia de datos
«sobre los vestuarios que el Gobierno Nacional
construyó durante su administración», se agre-
ga: «podemos, sin embargo, asegurar que, du-
50
LUIS MELIÁN LAFINUR
rante su mando, todos los cuerpos y reclutas
mandados á la Provincia Oriental fueron equi-
pados, y muchos con doble vestuario.» Este
«muchos», cualquiera que sea la fuerza que
quiera dársele, indica que, «algunos cuerpos»,
no tenían más que un vestuario solo al mandár-
seles á campaña; pero más adelante, precisán-
dose cifras, resulta que, desde Mayo de 1826
hasta Diciembre, mes en que el General Alvear
abrió las operaciones, solo se remitieron «1,170
uniformes completos» para un ejército de siete
mil hombres; y fuera de corbatines y zapatos,
fué la remisión más importante la de 8,841 pan-
talones de brin y 13,571 camisas.
Es ahora el caso de pensar qué partido
no habrían sacado los amigos del Gobierno de
Rivadavia, si hubiesen podido sostener que, ade-
más del uniforme de diario, aquel gobernante
dotó también de otro de gala al ejército del
Brasil!
Pero el uniforme de gala en Ituzairgó es,
como se ha visto, una leyenda. Con motivo de
las pasiones que se desencadenaron en pro y
en contra del general Alvear, en seguida de su
gloriosa campaña, los jefes que sirvieron á sus
órdenes salieron á la prensa, y en el número
109 de «La Crónica Política y Literaria», el
diario más serio de la época, fundado bajo los
LOS TREINTA Y TRES
51
auspicios de Rivadavia, por los conocidos lite-
ratos D. José Joaquín de Mora y D. Pedro de
Angelis, uno de aquellos jefes escribe, con fecha
24 de Septiembre de 1827: «Al marchar el
ejército del Arroyo Grande, todo él tenía un
vestuario nuevo. Los cuerpos más modernos
podían conservar el que recibieron á su for-
mación, les servia en las marchas; y su conti-
nuidad los hizo inservibles é incapaces de cu-
brir al hombre y de preservar su cuerpo de los
rigores de la estación : eran andrajos asque-
rosos:-» yantes habla dicho el mismo jefe, que
los depósitos de vestuario tomados en Bagé, San
Gabriel y otros puntos, fueron distribuidos á la
tropa. «Los dragones orientáles — dice— se
vistieron en Bacacay, y la división Lavalle se
equipó en San Borja, habiendo también cam-
biado sus uniformes por los ^del enemigo que
encontró.»
Dicho jefe, en polémica con otro que escri-
bía desde Cerro-Largo suscribiéndose «Un
Soldado Argentino», le dice en el N.* 112 de
«La Crónica»: «Si usted fuese militar no hu-
biese dicho en su carta que el ejército estaba
en aquella época poco menos que desnudo;
hubiese usted dicho completamente desnudo
porque asi estaba .... desnudez igual en los
oficiales que en la tropa.»
52
LUIS MELIÁN LAFINUR
De todo lo expuesto no solo se deduce que
el ejército no podía tener uniforme de gala,
sino que casi no lo tenia de ninguna clase.
Seria llevar muy adelante la sutileza del
raciocinio, afirmar que aun cuando el ejér-
cito no vistiese uniforme de gala, bien pudo el
coronel Oribe usarlo en Ituzaingó, con sus co-
rrespondientes charreteras, aunque su regi-
miento llevase menos que modestísimo vestuario.
f
A esta misma sutileza se puede ocurrir
desde luego recordando que, en el ejército
de Alvear, los jefes no hacían lo que se les
daba la gana sino lo que él ordenaba y con-
sentía, y que no habría sido propio, ni per-
mitido, el lujo deslumbrador do un jefe en
contraste con los andrajos de sus soldados.
No estaban tampoco en la mente de los
generales Alvear y Soler los actos de osten-
tación, como no estaban tampoco en la menie
de sus subalternos en los momentos solem-
nes porque pasaban. Sabiilo es que, preocu-
pados exclusivamente en asegurar el éxito
de la batalla, llegaron en ese proposito, des-
do el general en jefe abajo, hasta entregar
al parque sus carros particulares, destinán-
dolos á conducir municiones, á efecto do no
recargar, con el acarreo, de nada que no
fuese extrictamente indispensable el servicio
LOS TREINTA Y TRES
53
cada día más difícil do bueyes, muías y ca-
ballos, enflaquecidos y debilitados por marchas
excesivas y fatigosas en un clima abrasador.
«No haciendo caso de sus propiedades, para
que, en una batalla, no faltasen cartuchos, y
aprendiese el enemigo que, para los Repu-
blicanos nada era primero que el honor do
la República», dice un testigo presencial,
comentando ese hecho en el número 109 do
la «Crónica».
La ostentosa ridiculez de doradas charre-
teras, explicable únicamente en el traje de
gala, no podía entrar en un jefe de carácter
cincunspecto como 1). Manuel Oribe, al frente
de soldados más que pobremente vestidos, eso
en el caso de que las tuviese en su ligero
bagaje de jefe de caballeria, lo cual tam-
poco es presumible, aun en la hipótesis de quo
el regimiento quo mandaba, incorporado como
fue al ejército argentino, y con su número de
orden, hubiese sido atendido y equipado sin
embargo de eso, á costa de la Provincia, pues
es sabido que, el honestisimo Gobierno de ésta
en la Florida, pasaba por penurias quo no da-
ban para trajes de lujo ni entorchados.
Por cualquier lado que se mire, pues, el
episodio de las charreteras, carece do consis-
tencia y de seriedad, lo cual si salva, felizmente.
54
LUIS MELIÁN LAFINUR
el honor del regimiento N.<> 9, en cambio nada
le qaita al nombre del soldado fuerte que
lo mandaba; y que, tanto como habla nacido
para dar brillo á la carrera militar, en la
cual no sabemos quien en nuestro país lo aven-
tajarla, estaba al mismo tiempo, por desgra-
cia, dotado de pasiones mezquinas y enconosas,
y de ambiciones insanas, que, al lado de una
carencia visible de vuelo moral y de inteli-
gencia política, lo esterilizaron para la felici-
dad de su patria, convirtiéndolo, después de
1838, en un personaje odioso, cruel y sombrío.
Y no se enojen por este juicio los sucesores del
endiosamiento -le Pintos, que las aptitudes mi-
litares y el sentido político son cosas que suelen
no verse juntas. Ney y Murat eran unos insen-
satos fuera del campo de batalla, y pagaron con
su vida, éste sus dessteíitadas y criminales
ambiciones, y el otro sus inconsecuencias pas-
mosas. Wéllington, el gran Wéllington, según
Buckle, fuera de los asuntos militares, erraba
en cuanto se ponía, y fue siempre opuesto «á
toda gran reforma, á toda gran medida, é. todo
progreso y á toda concesión á las aspiraciones
populares, so pretexto de que peligraba seria-
mente la seguridad de Inglaterra!» (1)
(l) Huckle.—History of the civilization ip England vol. 1
page 201—Edition of 1873.
LOS TREINTA Y TRES
55
Entremos ya al examen de la última maja-
dería, que, relacionada, como las anteriores, con
la vida militar de D. Manuel Oribe, en la guerra
de la independencia del Brasil, han inventado
sus fecundos, bien que desgraciados adoradores.
Lo han declarado segundo jefe délos Treinta
y Tres, por supuesto que sin exhibir el nombra -
miento, ni la orden del dia que lo dio á conocer
en ese carácter, ni siquiera invocar el mínimo
antecedente al respecto; y es esta. invención tan
fácil de desautorizar, como la del grado de te-
niente coronel y el episodio de las charreteras.
Los Treinta y Tres, como se comprende fá-
cilmente, no constituían una unidad táctica, ni
una fuerza definitivamente organizada. Eran,
por su composición accidental, un grupo de
ciudadanos destinados á separarse y distribuirse
según las circunstancias lo indicasen, una vez
en el territorio déla entonces Provincia. Cua-
tro j efes, nueve oficiales, dos clases y diez y
ocho soldados, para el hecho material de la in-
vasión, tenían bastante con el coronel que los
acaudillaba, jefe único, que era indispensable,
porque en toda expedición militar alguien ha
de hacer cabeza. Pero un segundo jefe, ¿á qué
habría respondido? ¿Cuánto tiempo habría du-
rado en el puesto? ¿Qué papel habría desem-
peñado?
56
LUIS MELTÁN LAFINUR
Sabido es que, en los primeros dias de inva-
dido el país, y asi que fué tomado Rivera prisio-
nero, los jefes y oficiales se diseminaron por
los Departamentos para hacer general la in-
surrección, separándose tanto los que habían
venido con Lavalleja, como los que se le incor-
poraron después ; y, desde luego, los tres sar-
gentos mayores Oribe, Zufriategui y del Pino,
fueron destinados á distintos cargos, habién-
dosele dado el de más importancia á Zufriategui,
que quedo con Lavalleja, y pasado algún tiempo
fué nombrado Jefe de Estado Ivlayor General
del Ejército, mientras á Simón del Pino se
mandó á Canelones á organizar -la guardia na-
cional con el carácter de comandante militar
del Departamento, habiendo sido D. Manuel
Oribe designado como segundo jefe del asedio
de Montevideo á las órdenes del traidor Boni-
facio Islas (a) Calderón, un^miserable muy espe-
cialmente recomendado por Rivera, y que
proyectó una contra-revolución, que fué descu-
bierta, merced, en parte, á una joven que man-
tenía relaciones amorosas con D. Manuel Oribe
y que puso á éste sobre la pista de la infame
traición.
No cabia, pues, en ciudadanos destinados á se-
pararse, como se separaron los Treinta y Tres,
una vez pisado el suelo de la patria, la necesidad
LOS TREINTA Y TRES
57
de una organización momentánea con segundo
jefe para el acto solo de cruzar del territorio
occidental al oriental del Uruguaj^; pero si en
tal segundo jefe se hubiese pensado, es seguro,
es indiscutible, que el nombramiento habría re-
caído en Zufriategui y nó en Oribe, porque
Zufriategui era un jefe de la predilección de
Lavalleja, comolofué más tarde déla deAlvear,
y á esa predilección que, por si sola, nada habría
significado, se unían, además otras razones de
más peso. Oribe y Zufriategui, uno y otro, eran
sargentos mayores; pero la hoja de servicios
del último y su antigüedad, aventajaban las del
primero. Nacido Zufriategui el año 1780, tenía
bastante más edad que D. Manuel Oribe; y bien
que esto en si mismo, como es natural, poco va-
liese aisladamente, dábale en el caso, sin em-
bargo, más respetabilidad al militar de servicios
constantes, que formaba parte de los Treinta y
Tres, ostentando el titulo de Benemérito de la
Patria en grado heroico, con las medallas de
los vencedores del Cerrito y de Montevideo en
el pecho, y un escudo de honor en el brazo por
otra acción de guerra en que tuvo el mando
principal, mientras que D. Manuel Oribe, para
saber lo que era ganar una condecoración, tuvo
que mantenerse á la espera de los cordones de
Ituzaingó.
58
LUIS MELIÁN LAFINUR
¿Cómo se concibe entonces, que si Lavalleja
hubiese pensado en nombrar un segundo jefe ’
de los Treinta y Tres, habría, en igualdad de
grado, preferido al militar más joven y de me-
nos servicios y antecedentes, para competer una
injusticia perjudicando al jefe de su confianza,
su predilección y su amistad?
Tan no habría procedido asi, que, en cuanto
pudo, mostró su preferencia por Zufriategui,
nombrándolo Jefe de Estado Mayor, el cargo
más importante en el ejército, si se exceptúa el
del general que lo mandaba, mientras que á
D. Manuel Oribe le dió el puesto subalterno de
segundo jefe dol asedio de Montevideo, á las
inmediatas órdenes, como antes hemos dicho,
del traidor Calderón.
No cabe duda, por lo expuesto, de que entre
los Treinta y Tres no hubo segundo jefe, ni te-
nía para qué haberlo; pero si se hubiese nom-
brado, creemos haber hecho la demostración de
que por ningún concepto habria sido D. Manuel
Oribe el favorecido, sino D. Pablo Zufriategui,
que desde el 19 de Abril de 1825, hasta el día
mismo de Ituzaingó, tuvo siempre cargos supe-
riores álos de Oribe. Mientras éste, verbigracia,
en esa batalla no era sino uno de tantos jefes de
cuerpo, D. Pablo Zufriategui mandaba una de
las más lucidas divisiones del ejército.
LOS TREINTA Y TRES
59
(3) Además de lo dicho sobre el coronel
Zufriategui en la nota precedente, cabe agregar
que fue iniciador de la revolución de 1825 como
uno de los seis ciudadanos que se reunieron con
Lavalleja, para firmar el compromiso de invadir
el país, y antes de eso había sido el alma de una
conspiración abortada en Montevideo, sobre la
base de un batallón que él hubo de sublevar
con ayuda de los sárjenlos del mismo, y desde
entonces no dejó de ser constantemente un
abnegado servidor de la obra de nuestra eman-
cipación del Brasil, en las diversas esferas de
acción para que lo indicaban su preparación, sus
antecedentes, y la variedad de sus aptitudes y
hábitos.
Era, á la vez que soldado, un cumplido caba-
llero y un hombre de salón de la más exquisita
y elevada cultura. Las exigencias de la vida
social y el trato de las gentes de buen tono, le
eran tan familiares y fáciles como el cumpli-
miento de sus deberes militares. Por esta cir-
cunstancia, el general Lavalleja encontró que
era de sus jefes el más adecuado para llenar una
misión reservada, que le confió cerca del Go-
bierno de Buenos Aires á efecto de propiciarlo,
manifestando los propósitos de la revolución,
completamente distintos y desligados de las sub-
versiones morales de Artigas. Desempeiáada
60
LUIS MELIÁN LAFINUR
satisfactoriamente su misión, y vuelto á su
patria en el mes de Junio, se hizo cargo del
Estado Mayor General del Ejército, no siendo
ese el único puesto de importancia que desem-
peño, pues fue también comandante general de
armas de la Provincia, mandó el ala derecha
del ejército en la batalla de Sarandí, fué jefe
superior del asedio de Montevideo y jefe de
división en la campaña del Brasil.
Como era marino, sirvió un tiempo á las órde-
nes de Brown en calidad de comandante de una
goleta, y se halló en varios combates navales,
habiendo antes y después de haber asistido á
ellos, prestado servicios en buques de guerra
y desempeñado varias veces la Capitanía del
Puerto, y mandado en jefe expediciones como
el ataque heroico á la Isla de Ratas, que le valió
una condecoración por su feliz y provechoso
resultado. Fué oficial de artillería en los- comien-
zos de su carrera; pero siendo generales sus
aptitudes formó y disciplinó el batallón de caza-
dores orientales mandado después por el coronel
Garzón, como número 3 de infantería en el
ejército argentino. Alveor, que lo estimaba con
distinción, le dió en la campaña del Brasil el
mando del regimiento de caballería N.“ 8, nom-
brándolo además jefe de división, como ya lo
hemos dicho. Componíase esa división, del regi-
LOS TREINTA Y TRES
61
miento N.* 8, fuerte de seiscientas plazas, y de que
era coronel en propiedad, de los coraceros de
Medina, y del 16 de lanceros mandados nada
menos que por Olavarria, el jefe que acaso más
se distinguió en Ituzaingo, obligando al general
Alvear, en su parte de la batalla, á la evocación
de las glorias de Junin y de Ayacucho, en que
igualmente fué actor aquel intrépido guerrero,
que de nuevo quiso reproducirlas.
Con su división tomó el coronel Zufriategui,
el 8 de Febrero de 1827, el pueblo de San Ga-
briel; al frente de ella estuvo en Ituzaingó el
20 del mismo mes, y, en la acción de Camacuá,
el 22 de Abril.
En las disensiones civiles no tomó más parte
que la que le cupo en la revolución de Lava-
lleja, cuyas banderas siguió en 1832. Asilado
en país extranjero, vencido que fué aquel movi-
miento, vivió decorosamente de su peculio, sien-
do también alivio de sus compañeros de armas
desgraciados, para lo cual, en Marzo de 1833,
vendió, por lo que quisieron darle, una valiosa
chacra, en el Miguelete, que tenia por herencia
de su padre. Pero vuelto á la tierra de su cuna
al cabo de cuatro años, no se afilió á ningún
partido, y llena el alma de desencantos y tris-
tezas, retirado de la vida pública, fué silencioso
espectador, hasta el año 1841, en que murió, de
62
LUIS MELIÁ.N LAFINUR
todos los bochinches con que el caudillaje gau-
cho de Rivera hizo imposible el orden y la
marcha regular del país.
(4) D. Simón del Pino fue de los iniciadores
de la cruzada de 1825 y uno de los tres sárjenlos
mayores que, como se ha visto por las listas
auténticas, con Lavalleja desembarcaron el 19
de Abril de aquel año en la Agraciada, Era un
militar pundonoroso y serio, que había servido
con entusiasmo la causa americana en la gue-
rra con España, y la de su país cuando la invasión
lusitana, y que desesperado por ios recuerdos
de la época de Artigas, se sometió el año 1820
á la dominación de los portugueses, como se
sometieron en su mayoría, unos antes y otros
después de esa fecha, todos los ciudadanos
cultos á quienes aquel bárbaro tenia aterro-
rizados y que vieron en la conquista de Lecor
una tregua para hacer vida civilizada, y prepa-
rarse asi en el intervalo al heroico esfuerzo del
año 1825, á la vez que vieron otros el medio de
abandonar sin peligro las huestes del feroz
caudillo, como lo hicieron Bauzá, D. Manuel
Oribe y algunos más en su conocida negociación
déla Artillería y del batallón de libertos, lle-
vada á cabo con la intervención de D, Nicolás
Herrera.
Los que endiosan al caudillo uruguayo y
LOS TREINTA Y TRES
63
le inventan como título indemnización de sus
derrotas y su huida, la fundacicin de la naciona-
lidad Uruguaya en que él jamás pensó, y que
es una gran mentira, se olvidan de que de todos
aquellos que por causa de Artigas tuvieron
que someterse á la dominación portuguesa, y,
con el alma lacerada, hasta la aceptaron como
un bien momentáneo, es de donde salieron los
soldados y los estadistas que nos dieron patria
y decoro en 1825, mientras que la fiera que
habia desencadenado toda clase de desgracias
sobre la tierra de su cuna, se revolcaba hosca
y despechada por el triunfo de Ramírez en las
selvas del Paraguay, cumpliéndose la profecía
de D. Rufino Bauza y D. Manuel Oribe, de
que una vez «vencido abandonaría el país al
extranjero, á lo que ellos ni patriota alguno
debían sujetarse». — Memorias de la colección
Lamas; páginas 331 y 347.
Pero el veredicto popular y nacional está
dado. Nadie echa lodo ni puede echarlo sobre
los que se vieron obligados por las circunstan-
cias á sufrir la imposición del extranjero;
nadie se atreve á comparar con Calderón, ver-
bigracia, á los ciudadanos que de un modo más
ó menos directo, y para librarse de Artigas,
entraron en tratos con los portugueses, porque
hasta hace cuarenta años apenas, hemos visto
64
LUIS MELIÁN LAFINUR
actuando y respetada en la vida pública á la
generación cuyos principales hombres, si se
sometieron á los portugueses por causa de Arti-
gas, en cambio les dieron en la cabeza á sus
sucesores, como á los mismos portugueses les
habrían dado cuando desaparecido aquel bár-
baro inepto, malo y jactancioso, fué posible la
aurora de Sarandi como precursora del fulgente
sol de Ituzaingó.
Gobernadores y Presidentes salieron de los
ciudadanos que con los portugueses tuvieron
que ver; el que entregó por sus manos al con-
quistador el oficio símbolo de posesión de la
ciudad querida, fué el más virtuoso de los
hombres y el más ilustre de nuestros sabios, y
tanto que aun espera sucesor; los jefes de nues-
tras épicas batallas del año 1825 al 1828, al con-
quistador bien que en distintas formas habíanle
rendido homenaje; y hasta hace cuarenta años,
como hemos dicho, los principales cargos pú-
blicos estuvieron siempre desempeñados por los
actores en los sucesos de 1817 á 1830.
Vosotros, pues, los que endiosáis á Artigas,
leed nombres propios, y encontraréis nuestras
glorias más puras, y los principales actores en
la epopeya de la emancipación del Brasil,
pasando años enteros por las horcas candínas
del conquistador, con tal de librarse de un
LOS TREINTA Y TRES
65
despotismo brutal que era la negación de la
vida civilizada, y la imposibilidad de desalojar
algún día al intruso.
Endiosad al bárbaro, que enfurecido y des-
hecho dio la espalda al enemigo para ir á
debatir en otro suelo querellas de menguado
predominio personal; y entonces tendréis que
maldecir de todos los que nos devolvieron la
patria que él dejó entregada al extranjero,
como lo habian previsto sus contemporáneos!
¡Erigidle estatuas al que menos indómito que
el último gaucho de nuestras luchas civiles,
no supo quebrar su lanza en el patrio suelo,
para cavarse una fosa frente á frente al ene-
migo I
En el juicio sobre Artigas se han dado ya
las notas más altas del vituperio y del elogio.
Lo hemos pensado y estudiado mucho; entre el
juicio de Juan Carlos Gómez y el de Santos,
¡nos quedamos con el del primero! . . .
De los que por causa de Artigas tuvieron que
soporlar á los portugueses, fué D. Simón del
Pino, según lo hemos dicho ya; pero conside-
rando como era natural que tal dominación
pasaría estando como estaban los uruguayos
todos dispuestos á sacudir el ominoso yugo,
tué de los primeros en ponerse de acuerdo con
Lavalleja.
66
LUIS MELIÁN LAFINUR
Relacionado y prestigioso en Canelones, De-
partamento en que era propietario, levantó sus
milicias en los primeros dias de la revolución,
y al frente de ellas se distinguió en la batalla
de Sarandí.
Perteneció á la Asamblea de la Florida, y
suscribió como diputado el acta de la Indepen-
dencia, y la de la reincorporación á las Pro-
vincias Unidas del Rio de la Plata.
Era coronel cuando estalló el movimiento
de 1832, que iniciado por el mayor Santana en
campaña, fué seguido por el coronel Garzón
en la capital, y tuvo á su frente después como
jefe superior al general, Lavalleja.
Reunió fuerzas inclinándose al principio á
los revolucionarios, en cuyo campamento llegó
á encontrarse; pero neutralizado por Oribe dio
de su conducta al Estado Mayor General expli-
caciones por medio de una nota de fecha 22 de
Agosto, y habiendo sido conceptuadas satisfac-
torias dichas explicaciones, entró al servicio
del Gobierno.
(5) D. Manuel Lavalleja era hermano del
general del mismo apellido; tuvo la desgracia
de ser tomado prisionero por fuerzas brasileras
en los primeros días de la pasada al territorio
uruguayo; pero fue -canjeado algún tiempo
después, o pudo evadirse el mismo rño 1825.
LOS TREINTA Y TRES
G7
Habiendo seguido el partido de su hermano
en la revolución contra el gobierno de Rivera,
figura entre los seis coroneles dados de baja por
el decreto de 20 de Agosto de 1832.
(6) D. Manuel Freire, muerto en el patíbulo
por un pretenso delito político, y á manos desús
compatriotas, en un país en que alternativa-
mente todas las fracciones, partidos y círculos
han sido revolucionarios, es una victima que
solo se explica por las aberraciones horribles á
que conduce la pasión.
Córdova, el heróico joven neo-granadino, de
la célebre orden de ataque en Ayacucho: «Sol-
dados: armas á discreción y paso de vencedo-
res»; general de división á los veinticuatro años,
ejecutado en 1829 por causas políticas, ha dado
para siempre el derecho de decir, que «hay
cabezas que el verdugo no puede tocar».
Ninguno de los Treinta y Tres debió morir
fusilado. Caiga el anatema de la Historia sobre
los que no lo supieron comprender, ni midieron
la magnitud y proyecciones del crimen que
cometían.
(7) D. Manuel Meléndez, iniciador de la revo-
lución de 1825 con los hermanos Lavalleja,
Zufriategui, Oribe, y Simón del Pino, fue un
bravo oficial, aunque poco amigo de someterse
á una rígida disciplina, por lo cual desde el
68
LUIS MELIÁN LAFINUR
mes de Julio de 1825 dejo de servir con
D. Manuel Oribe. Murió en acción de guerra
antes de la pacificación del país; y su señora
madre, doña Catalina Machado, recibió el pre-
mio que se acordó por la ley de 14 de Julio
de 1830.
(8) D. Pantaleón Artigas murió el año 1825
en una obscura refriega, persiguiendo deser-
tores.
(9) D. Juan Spikerman, conocido también,
como su hermano Andrés, por Piquimán, ape-
llido castellanizado, y que algún tiempo ellos
usaron, es el único de los Treinta y Tres, que
sepamos, que haya dejado algo metódicamente
escrito, y que se haya publicado, sobre los
sucesos de 1825.
Lleva el diario del mayor Spikerman el titulo
de «La primera quincena de los Treinta y
Tres», y fué publicado por primera vez en los
números 5 y siguientes de un periódico que
con el titulo de «El Panorama» dirigía D. José
A. Tavolara el año 1878.
Facilitó el manuscrito su poseedor D. Ramón
de Santiago, que al publicarlo lo precedió y lo
siguió de interesantes noticias, así de la persona
del narrador como de los sucesos relatados.
El año 1891 se hizo una segunda edición de
«La primera quincena de los Treinta y Tres»
LOS TREINTA Y TRES
60
por la imprenta de «La Epoca», con un croquis
del derrotero por ellos seguido.
Es de puño y letra del mayor Spikerman, al
decir del señor de Santiago, el manuscrito
que él publicó; pero D. José P. Pintos se había
declarado, en 1859, provisto también de su co-
rrespondiente ejemplar, que manifiesta haber
él escrito al dictado del mayor Spikerman.
Pintos, en su «Elogio Histórico» ya citado,
transcribe en las páginas 25 y 20 algunos párra-
fos de su manuscrito inédito, y cotejados con
el texto publicado por el señor do Santiago
resultan de una redacción enteramente distinta.
(10) Tiburcio Gómez, fallecido en Montevideo
el 14 de Agosto de 1882, á la edad de 102 años,
fué de los Treinta y Tres el últ imo en moinr,
como habia sid o Pantaleón Artigas el primero.
ElrPél act() de su humildísimo entierro, nos
cupo el honor de pronunciar algunas palabras
para darle la eterna despedida ante la escasa
concurrencia que acompañó á pie sus restos
al cementerio, desde una pobre y miserable
casa de la calle Yerbal.
Hállase en La Razón del 16 de Agosto del
precitado año, una relación de la fúnebre cere-
monia, hecha do mano maestra por Carlos M.
Kamirez, que ante la indiferencia del Gobierno
y del pueblo «por la postrera reliquia de la
70
LUIS MELIAN LAHN'ÜR
epope 3 ’a nacional», concluye su articulo de re-
criminación y de amargura con estas flage-
ladoras palabras: «El patriotismo ha muerto.
Arriba los mandones y abajo los esclavos. Los
mercaderes en todas partes».
Cuando murió Tiburcio Gómez revistaba
como sarjento. ¡lo mismo que era en la batalla
de Sarandi en el regimiento de Dragones Li-
bertadores!
Fué tomado prisionero por los brasileros en
el segundo asedio que puso á Montevideo don
Manuel Oribe, y recobrada su libertad á la
conclusión de la guerra, gestionó y obtuvo el
premio acordado por la ley de 14 de Julio
de 1830.
Durante la presidencia del señor Berro, para
tener en su mano una constancia de haber sido
de los Treinta y Tres, por habérsíde perdido la
que obtuvo en 1831, so hizo dar una cédula con
fecha 20 de Septiembre do 1802, que nosotros
publicamos en los Anales del Ateneo y que
conse . ‘vamos original en nuestro poder.
(11) José Leguizamón, muñó en Ituzaingó,
sirviendo de sarjento, á las (U’denes de D. Ma-
nuel Oribe, en el regimiento do caballería
N.“ 9, que había sido antes de «Dragones Liber-
tadores», cambio de designación que es no-
torio y puede comprobarse, sin ir más lejos, en
LOS TREINTA Y TRES
71
las Biografías del general Félix E. Aguiar, que
corren en la «Colección de Memorias y Do-
cumentos» de Lamas, y en el 4.° Libro de los
«Hombres Notables» por D. Isidoro De-Maria.
Aguiar fué alférez y teniente en dicho regi-
miento.
(12) Norberto Ortiz fué herido de muerte
en una guerrilla, en el Miguelete, el 29 de
Mayo de 1827.
(13) Juan Arteaga, tuvo, como Leguizamon,
la gloria de morir erT la batalla de Ituzaingó.
(11) Dionisio Oribe era un negro asistente de
D. Manuel Oribe.
(15) Joaquín Artigas era negro como el de
la nota anterior, y venia en calidad de asistente
del alférez D. Pantaleón Artigas. Taiito él como
su compañei’o Dionisio Oribe salieron ilesos de
la guerra de la Independencia, y recibieron
por mucho tiempo el premio acordado por la
ley de 14 de Julio de 1830.
(10) 1). Basilio Araujo no es de los Treinta y
T res, porque estos fueron en realidad Treinta
y cuatro; y si por un acto de imprevisión se li-
mito la n()inina á la primera cifra, bástele á
Araujo pai-a su gloria la nota que traen lorias las
listas autrmticas, de que vino en «la misma
cüinbi nácelo ó en «la misma con rlTcTón» que
losT^i-einta y Tres.
72
LUIS MELIÁN LAFINUR
Era uno de los del grupo juramentado, y
tuvo el honor de que su jefe le diese una co-
misión que lo obligó á cruzar el Uruguay
antes que sus compañeros. Se puede sostener
que por esa circunstancia accidental, ha sido
victima de una injusticia, al no elevarse á
treinta y cuatro el número de los héroes de la
Agraciada; pero su parte de gloria está segura
á la par de la de los otros guerreros á que él se
incorporó en la costa.
Dicho esto corresponde Ta observación de que
si malo fue no elevar desde un principio el nú-
mero á treinta y cuatro é incluir en él á
Araujo, peor, mucho peor, fue introducirlo en la
lista de los Treinta y Tres, con perjuicio, como
es natural, del derecho de uno de los que com-
pletaban ese número, y que fué necesario hacer
objeto de una injustificable preterición.
Se sa be que fué Tiburcio Gómez el sustituido
por A raujo; porque en el c oncei)to del general
Lá^váTIeji rylU^ de¡^ que Gómez
se suponía muerto, b ien podia Araujo )meaupla-
zaiToé
Pero el presunto fallecido vivía, prisionero
del enemigo que le dió libertad á la conclusión
de la guerra. D. Manuel Oribe i'oconoció, en
el informo que hemos insertado en el texto,
que Tiburcio Gómez era de los Treinta y
LOS TREINTA Y TRES
73
Tres; y el Jefe de Estado Mayor, entonces co-
ronel D. Pedro Lenguas, más tarde general, ex-
plicaba al Ministerio de la Guerra la aparición
de un nueco Treinta y Tres, después de ce-
rrada la lista para el pago del premio, en los
siguientes términos del informe que, original,
obra en nuestro poder:
«Excmo. Sr.: El número de los Treinta y Tres
para quienes se decretó el premio, está llenado
según consta por las revistas de comisario; aho-
ra apai-ece otro individuo, que lo reclama
como uno de los de aquel número, y los infor-
mes que anteceden acreditan que fue uno de
ellos. En la lista que se acaba de pagar (de
que exist(}!i dos ejemplares iguales y otro
que queda en este archivo) se registra su nom-
bre y es á lo que se refiere el señor coronel
D. Manuel Oribe en el citado informe: el te-
niente coronel D. Basilio Araujo es el que
completó aquel número, y con relación á este
jefe se ve una nota en dicha lista en que se ex-
presa haber sido uno de los de la empresa, y
que fué comisionado por tierra y se les reu-
nió después en la costa. Y habiendo desapa-
recido Tibui'cio Gómez, á quien so dió por
muerto, según el coronel Oribe, por las noti-
cias que so adquirieron, fué sin duda motivo
por que se incluyó al señor Araujo, conside-
74
LUIS MELIÁN LAFINUR
rándolo tan acredor como los demás al pre-
mio decretado
Montevideo, Octubre 22 de 1831.
Pedro Lenguas.y)
Todo esto, tan informal é impropio como
se quiera, pone en claro el motivo de apare-
cer D. Basilio Araujo como uno de los Treinta
y Tres sin serlo, aunque está bien aclarada la
vinculación de servicios y de gloria que con
ellos tiene.
Fue actor en las batallas de Sarandi é Itu-
zaingó; y habiendo tomado partido por Lava-
lleja, en la revolución de 1832, figura entre los
tenientes-coroneles dados de baja por decreto
del 20 de Agosto de aquel año.
Estuvo en servicio en el Cerrito durante la
llamada Guerra Grande, y murió de coronel.
(17) La lista de los Treinta y Tres, de fecha
30 de Abril de 1825, que publicamos en los
«Anales del Ateneo» en Marzo de 1883, asi como
la certificación de D. Juan Piquiman y los infor-
mes de los coroneles Oribe y Lenguas, igual-
mente publicados, constituyen un expedientillo
ó conjunto de documentación indiscutible sobre
los Treinta y Tres, que nos regaló nuestro ilus-
trado amigo el Dr. I). Martín Aguirre.
LOS TREINTA Y TRES
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Habían pertenecido á su tío, el conspicuo ciu-
dadano D. Atanasio C. Aguirre, que fué actor en
la guerra de la Independencia del Brasil, como
lo fueron sus hermanos.
(18) Poseemos ejemplares en castellano, in-
glés y francée de la obra que también se pu-
blicó en alemán, titulada: «Noticias históricas,
políticas y cstadisticas de las Provincias Unidas
del Rio de la Plata, con un apéndice sobre la
usurpación de Montevideo poi* los gobiernos
portugués y brasilero».
Las ediciones castellana, inglesa y alemana
se publicai’on en Londres en 1825 con carta
geogi-afica y plano de Buenos Aires, por la im-
prenta de Ackermann.
Aunque la portada de esas tres ediciones, no
lo dice, fué autor del libro I). Ignacio Niiñez,
como es notorio y ])uede verse en el N.® 354 del
tBolelin Bibliográfico Sud Americano» de Ca-
savallo, redactado por D. .Juan María Gutiérrez,
y en los datos biográficos que del autor de sus
dias dió I). .Julio Núñez, en 1857, al publicarse
las obras [tóstumas de I). Ignacio.
La edici'Mi francesa, dada a luz en 1820 en
Paris, llevaba el nombre del señor Núñez, y
previene el traductor, M. V^araigne, que es to-
mada del español, pero con notas y agregado -
nes. Las tiene, efectivamente, y, j)or lo que hace
76
LUIS MELIÁN’ LAFINUR
á nuestro objeto, trae en la página 518 la nó-
mina de los Treinla y Tres, que no contenían
las ediciones del año anterior.
No hay más diferencia entre esa nómina y
las otras tres que hemos presentado como con-
cordantes con ella, que la falta de Ignacio Nú-
ñez, poniéndose en su lugar el nombre «Matias»
sin indicación de apellido.
Por la original coincidencia de ser el nombre
y apellido suprimidos, indénticos á los del autor
del libro, conjeturamos que el traductor haya
creído que habia error de copia, y optase por
la eliminación, debiéndose á eso la pequeñísima
diferencia con las otras tres listas auténticas.
No tiene, sin embargo, importancia alguna
absolutamente, la supresión de Ignacio Ni’iñez,
desde que su persona jamás ha suscitado discu-
sión ni dudas, y está en todas las lista?, en to-
das, hasta en la del señor Rovira, ¡que es cuanto
puede decirse!
D, Ignacio Ni’iñez (el autor del libro) es es-
critor que goza del más alto concepto por la se-
guridad de sus datos. Sus obras se buscan mu-
cho y están há tiempo las ediciones agotadas.
Todos los histoiáadores contemporánneos de
sucesos del Rio de la Plata, aun los más, emi-
nentes, lo citan y acuerdan gran autoridad á su
palabra.
LOS TREINTA Y TRES
77
Pero en el caso nuestro tiene especial impor-
tancia el (lato sobre los Treinta y Tres que él
nos da, por la intervención que tuvo en el
movimiento y curso de la revolución de 1825»
y sus relaciones con los actores en ella.
Fue D. Ignacio Núñez redactor de «El Argos»
y de «El Nacional» durante la época en que
se incubaba, producía y desarrollaba el plan de
los Treinta y Tres; y sabido es cuán bien
informados estaban esos periódicos de todo
cuanto á la revolución se referia. A eso se
agrega que desde principios de 182G era oficial
mayor de la Secretaria de Gobierno en Buenos
Aires, habiéndolo antes sido de la de Relacio-
nes Exteriores, cargos públicos que lo habili-
taban para estar al corriente de los sucesos
políticos de la época.
Contribuyó con su propaganda é influencia
á la ley de premio á los Treinta y Tres, que
decretó el Congreso general constituyente de
las Provincias Unidas del Rio déla Plata en
Mayo de 1826; y, como además de todo, era
también militar, Rivadavia, en Junio de ese año
1820, lo juzgó el hombre indicado para una
comisión que le dió cerca del Gobierno
Provisorio de la entonces Provincia Oriental
y pai*a el general de su ejército. Estuvo con
ese motivoen el campamento de Lavalleja varios
78
LUIS MELIÁN LAFINUR
días, y conferenció en seguida con los miembros
del Gobierno Provisorio en el punto en que
este residía.
De esa doble fuente fidedigna obtuvo los datos
que, agregados á los que ya conocía, hizo ese
mismo año 1826 publicar en la edición fran-
cesa de su obra, que lleva el siguiente título:
«Esquisses historiques, politiques et statistiques
de Buenos Aires, des autres provinces unies
du Rio de la Plata et de la Republique de Bo-
lívar, avec un appendice sur l'usurpation de
Montévidéo par les gouveiuiemens portugais et
bresilien, et sur la guerre qui l’a suivie; par
Ignacio Núñez, ancien premier secretaire du
Ministére des AíFaires etrangéres et de l’inte-
rieur á Buenos Aires. Traduit de l'espagnol avec
des notes et des additions par M. Yaraigne. —
París 1826.»
(19) El Dr. Francisco A. Berra, en su «Bos-
quejo Histórico de la República Oriental del
Uruguay», dice haber consultado varias listas
de los Treinta y Tres, antes de decidirse por
la de D. Ceferino de la Torre; y hace con tal
motivo referencia á una publicada en hoja
suelta, y que afirma — página 529 — que «por
su aspecto debe ser anterior al año 1840, ó,
1845». Hemos tenido de esas listas más de una
y conservamos todavía un ejemplar en nuestra
LOS TREINTA Y TRES
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colección de hojas sueltas. Por su aspecto es
imposible juzgar del año en que se dio á luz;
pero sabemos que se publicó antes de 1843,
porque asi nos lo dijo la respetable persona
de quien hubimos nuestros ejemplares, y que
los guardaba desde una fecha anterior á aquel
año, tan fácil de recordar por haber en él
comenzado la llamada Guerra Grande.
En el lugar correspondiente hemos demos-
trado con razones de peso, que tal lista impresa
no es un documento ni siquiera serio, y que
no puede ni debe tomarse en cuenta.
Por eso habríamos visto con agrado, que el
Dr. Berra, en la edición de este año de su
«Bosquejo Histórico», en vez de juzgar de la
fecha del referido impreso por su aspecto, se
hubiese dedicado á la tarea más acertada, dis-
creta y conveniente, de estudiar quiénes fueron
realmente los Treinta y Tres, saliendo una vez
por todas de la errónea lista del señor de la
Torre en que se ha petrificado.
No le dirijimos el cargo, que a un erudito
como él tendríamos derecho de hacerle, por no
conocer la edición francesa de la obra de Núñez,
pero hecha esa concesión, no estamos dispuestos
á ocultar nuestra extrañeza por su falta de
noticias sobre otras publicaciones más recientes.
Hasta la tercera edición de su «Bosquejo»
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LUIS MELIÁN LAFINUR
en 1881, bien pudo el Di\ Berra dedicar
su tiempo á juzgar impresos por su aspecto, y
optar por la lista de D. Ceferino de la Torre;
pero después de publicada por nosotros en
1883 una lista auténtica, corroborada por la del
señor Bermiidez en 1885, y por la que publicó
la Inspección General de Armas en 1888, es
injustificable que el Dr. Berra se exhiba en
1895 con una falta de critica y de confrontación
de antecedentes, tan visible en un punto histó-
rico de suyo interesante.
Felizmente, como el Dr. Berra es hombre
que mira lejos y nos participa, previene y pro-
mete, en la página 11 del «Bosquejo» publi-
cado este año, que «la próxima edición apa-
recerá totalmente reformada», contamos para
entonces con que los radicales progresos ofre-
cidos por el distinguido historiador, con tanta
anticipación y de tan rotunda manera, alcan-
zarán también á los Treinta y Tres.